Chicas
¡Felices Pascuas! Empachada de chocolate (aunque sea alérgica) voy a seguir con el relato del químico.
Realmente, me gustaba. Era culto, divertido, lindo... Y no me dejaba ganar todas, lo cual es mi debilidad. Soy muy dominante, por lo que un hombre que agarra las riendas, me puede.
Seguimos mandándonos mensajes todo el fin de semana, con ganas de vernos... Muy tierno todo.
El lunes yo iba a ir a la facultad a estudiar con un amigo y él tenía un parcial. Entonces quedamos en juntarnos a comer en la Plaza Matriz. Él me llamaba al salir del parcial y nos encontrábamos ahí.
Que ansiedad la noche antes. Me quería vestir linda, pero no muy llamativa, ya que iba a ir a la universidad. No me podía poner zapatos con tacos porque él es bajito, entonces ya estaba más limitada... Opté por vestirme como me visto siempre, mostrar la realidad de como soy - jean, sandalias chatas, camisa blanca bien femenina.
Toda la mañana ansiosa, mientras estudiaba con mi amigo. Le conté y se mataba de la risa. Me dijo: "que feo, me cambias por un machito ahí...".
A eso de las 12, me llama el químico: había salido del parcial, le había ido bárbaro, ya salía para la Matriz. Fui al baño a lavarme la cara y los dientes (fundamental) cuando me suena el celular: un amigo.
- ¿Estás sentada? - con tono triste
- Si Tom, no jodas, ¿Qué pasa?
- Dale boluda, en serio, ¿estás sentada?
- Si mijo, acostada. ¿Qué pasó?
Me contó que una amiga había fallecido. Su padre la había confundido con un ladrón y le había disparado.
No les puedo explicar lo que sentí, pero no se lo deseo a nadie. Fue como que me sacaran el piso, y quedé en shock, mirándome al espejo, mientras todo el color se drenaba de mi cara. Junté todo y salí del baño, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no llorar. Pasé la bedelía en shock, sin saludar. Sentí que me saludaban, pero no tenía la fuerza para darme vuelta. Pasé la recepción con cara en blanco, aguantando el impulso de gritar. Ni bien atravesé la puerta, corrí. Corrí hasta el portón y salí.
Cuando salí, me sentía sin fuerzas. Como si de repente, hubiera corrido una maratón. Me doblé por la cintura, con las manos en las rodillas y jadeaba; no tenía aire. Me senté y rompí a llorar. Un llanto primitivo, aullando. Sentía que se me partía el corazón y que no podía respirar. Estuve así unos minutos, hasta que sentí voces: no estaba sola.
Abrí los ojos, y vi a una amiga mirándome con ojos desorbitados. Sentí una mano en el hombro: un amigo con cara de consternación. "¿Qué pasa?", me preguntaban, y yo balbuceaba: "Se murió, se murió, se murió...". Me abrazaron hasta que logré armar una frase coherente y les expliqué.
Al rato, me acordé del químico, esperándome en la Matriz. Decidí que era buena idea verlo, que capaz que me ayudaba a sentirme mejor. Que no iba a decirle nada, así me distraía. Así que me fui hasta la parada y tomé un ómnibus.
Iba en el ómnibus cuando la realidad me volvió a dar como una sarten en la frente, y rompí en llanto nuevamente. Era consciente de que la gente me miraba, pero no me importaba. Mi amiga estaba muerta, ¿qué me cambia que me miren? Hasta que sentí una señora comentando: "¿viste que horrible lo de esa chica en Carrasco? Pobre padre". Me paré y me alejé de la conversación. No podía soportar que otras personas, que nunca la habían visto, manejaran su desgracia y discutieran la culpabilidad de un hombre excelente. Es una característica de este país: todos opinan de todo.
Me llamó un amigo, a preguntarme que había pasado y a consolarme. Fue peor, porque perdí el poco control que tenía y volví a llorar desconsolada. A esa altura, todo el ómnibus me miraba. Por suerte, enseguida me bajé, no sin antes recibir un: "sea lo que sea, tené fuerzas, siempre se puede salir adelante" del conductor, que me regaló un paquete de pañuelos.
Las cuadras que caminé hasta la plaza me ayudaron a recuperar la compostura, ya que mi plan era no decirle nada. Pero ni bien llegué y lo vi, rompí en llanto nuevamente. Antes de decirle "hola", ya estaba abrazada a su cuello y llorando desconsolada.
Pobre muchacho. No entendía nada, pero me abrazó fuerte y en silencio.
Cuando logré calmarme, me preguntó que pasaba. Cuando le conté, quedó helado. Me dijo: "no hubieras venido, lo hubiera entendido", pero le dije que lo quería ver, que necesitaba algo que me distrajera porque no podía respirar.
Dimos un paseo por la plaza y caminamos un poco por la Peatonal Sarandí, hasta que realmente sentí sed. No tenía hambre (tenía un nudo en el estómago) pero me obligó a comer una hamburguesa y papas. Hablamos, y logré entretenerme un ratito, y realmente, empecé a sentir mucho cariño por él. La forma en la que me cuidó me hizo sentir muy querida, y nos llevábamos muy bien.
A las tres, yo tenía una clase en la facultad, y me ofreció acompañarme. Le dije que aprovechara sus vacaciones y que necesitaba un rato sola, y me lo respetó. Me acompañó a la parada y me fui. (Admito, yo estaba esperando un primer beso que no pasó).
En el ómnibus, le mandé un mensaje que, entre otras cosas, le agradecía, y le decía que lo quería. Era un paso muy grande, pero tenía miedo. Miedo de nunca poder decirlo. Miedo a lo efímero que es todo. Y se lo mandé, y él me respondió que, si bien apenas nos conocíamos, también sentía lo mismo.
Yo llegué a clases sintiéndome bien por ese mensaje, hasta que me acordé una charla con mi amiga hacía poco, en Joia. Bobadas de casamientos y fiestas. Y volví a desarmarme. Por suerte, me dio el tiempo para llegar al baño, y que nadie me viera llorar. Sólo una chica, que a partir de ese momento, fuimos grandes amigas.
La clase fue una tortura. Nadie sabía, pero mis ojos rojos eran un anuncio indeseado de mi dolor. El profesor se acercó a preguntarme algo y las lágrimas caían de mis ojos. Traté de esconderlas con el pelo, pero sin éxitos. No me preguntó nada, no le conté nada. Si le conté a mi compañero de estudio, que me dijo que me fuera a casa. Pero no quería estar sola.
Al terminar la clase, el profesor me estaba esperando para hablar. Me preguntó si tenía miedo al examen y le conté que no tenía nada que ver, sino que era por lo que había pasado. Me dijo que no diera el examen, que era en pocos días, pero no quise. Creo que tenia miedo que si no hacía nada, el dolor me iba a consumir.
Toda la tarde, el químico me mandó mensajes, preguntando si estaba mejor, si no, si necesitaba algo.
¿La verdad? Él fue un pilar para sobrellevar ese duelo.